Las fiestas pasan, los impactos quedan
Cada evento cultural es un desafío para el medio ambiente y para las personas, que debe ser gestionado para minimizar sus impactos
En pocos días comienza la primavera y con ella estaremos en la antesala del verano, ansiosos porque lleguen los festivales y las chayas que, si bien tuvieron algunos encuentros durante los primeros meses de este año, faltaron con aviso durante los años de la pandemia.
Seguramente los organizadores de varios de ellos ya deben estar planeando sus respectivos eventos, la grilla de artistas, el sonido, la gastronomía, etc. Pero la organización de cualquier tipo de fiesta no está completa si no se evalúan los impactos ambientales y de seguridad que producen y se toman medidas para su reducción y/o mitigación.
Desde inicios de enero comienzan a perfilarse en los pueblos costeños y en otras localidades de departamentos vecinos festivales de todo tipo, desde las tradicionales chayas, peñas y festivales chayeros hasta los que hacen gala de las tradiciones gauchescas de la provincia pasando por los típicos “bailes” cuarteteros. Estos encuentros convocan a gente del departamento, de localidades vecinas y de toda la provincia sin hablar de la gente que habita en otras latitudes y que regresan a sus pagos para no perdérselo.
Verdaderos puntos de encuentro para que niños y adultos se diviertan y recreen sus costumbres formado nubes de harina al sonar de cada vidala chayera, se bañen en espuma al tiempo de comer y beber como “Dios manda”.
Cada vez que se organiza cualquiera de estos espectáculos culturales o deportivos se presta especial atención en la logística propia del mismo, pero poco o nada de atención se les asigna a las cuestiones que abordan los aspectos ambientales y de seguridad que su planificación y desarrollo traen asociadas.
Podríamos hacer un listado largo y aburrido de impactos en materia ambiental y de seguridad, pero basta con destacar algunos como para tomar conciencia de lo que se pretende transmitir e inducir a controlar.
Los niños, y muchos adultos, son muy felices jugando con la espuma, se vacían varios cientos de tubos en cada noche de festival, el problema es ¿dónde van a parar los tubos vacíos?, al piso. Al mismo suelo que presenta evidentes características de resbalamiento promovido por la misma espuma que se tiró y la harina típica de los festejos. Es temeroso ver a los niños correr en esas condiciones, tratando de esquivar o patear los tubos vacíos, pero con altísimo riesgo de pisarlos, resbalar, caer y lastimarse. Ni hablar del mal uso de esos tubos como improvisadas armas ante alguna trifulca o simplemente siendo arrojados en señal de festejo ante un tema musical emblemático. ¿Se pensó en estas consecuencias colaterales?, la respuesta es simple: NO.
Por suerte, desde hace ya varios años, no se expenden bebidas ni comida en utensilios de vidrio ni cerámicos ni metálicos, pero que aun así deben ser descartados cuando se completa su uso. ¿Dónde van a parar? Al suelo, a juntarse con toda la mezcla de espuma y harina, sumando ahora algunos líquidos de variada procedencia y restos de comida potenciando la peligrosidad, pero sumando ahora la contaminación de la basura diseminada. Y después, al finalizar el evento muchas veces el día posterior, se recogen tonelada de residuos no biodegradables y se envían a disposición final. ¿Se pensó en eso?, la respuesta es simple: NO.
Después de tomar uno, dos, tres, … tragos o bebidas, la fisiología hace lo suyo y todos buscan el baño, elemento no siempre fácil de localizar ni de encontrar libre (y mucho menos en condiciones sanitarias adecuadas) con lo cual se transforma en baño cualquier paredón, árbol, arbusto o rincón. El olor empieza a ser nauseabundo y la tierra, ansiosa de agua durante varios meses del año, recibe un riego no precisamente bendecido. ¿Se pensó en eso?, la respuesta es simple: NO.
Luces, sonido de alta potencia, requisitos elementales para el éxito de un espectáculo, implican un elevado consumo de energía eléctrica, hubo años en los que cuadrillas especialmente destacada de Edelar tuvieron que intervenir por saturación de transformadores y redes. Cada kilowatt-hora que se consume es CO2 que se emana por la generación termoeléctrica (mayoritaria en el país) y con él se acentúa el tan temido efecto invernadero, con cuya reducción está comprometida la República Argentina habiendo suscripto el Acuerdo de París de 2015. ¿Conocemos la huella de carbono de cada evento como para buscar alternativas de equipos de mayor eficiencia energética o de energías más verdes o mitigar los efectos?, la respuesta es simple: NO.
Y así se podría continuar la lista puntualizando aspectos negativos para la ecología y para la integridad presente y futura de los participantes y asistentes, pero sería superabundar en detalles equivalentes.
El corolario y la pretensión de esta nota no es de ninguna manera plantear una postura contraria a esos encuentros, todo lo contrario. Es promover la toma de conciencia, haciendo un llamado a las autoridades para que requieran de los organizadores de este tipo de eventos culturales, musicales, deportivos, etc. que presenten la evaluación de los impactos que los mismos tienen sobre el medio ambiente y la seguridad y se planifiquen y tomen las medidas necesarias para reducir o mitigar sus impactos. De esto dependerá que las generaciones futuras puedan seguir disfrutando de los mismos tal como lo hacemos en la actualidad.